Huellas de la historia humana y natural
Para realizar este sendero, puedes acceder desde cualquiera de sus dos extremos o desde el punto intermedio de la ruta en el puente de los Siete Ojos, donde hay un área para dejar el coche. Sólo tienes que tener en cuenta que, al tratarse de un sendero lineal, hagas el tramo que hagas debes contar siempre con la vuelta. El camino te depara paisajes de imponentes paredes verticales de roca caliza que se elevan hasta 100 metros. Es fascinante ver cómo la naturaleza se ha abierto paso con una fauna y flora muy características que viven al ritmo del murmullo de un río que te acompañará durante el camino. Sus rocas tienen la huella de millones de años de historia geológica y el terreno sorprende con acuíferos, cuevas, estalactitas y estalagmitas.
La Ermita de San Bartolomé: los misterios del simbolismo templario
Esta ermita (casi al inicio del trayecto si sales desde el lado soriano) es mucho más que el enclave histórico-artístico más importante del sendero. De estilo románico-protogótico, fue construida en el siglo XII y atribuida a la Orden del Temple. Su preciosa puerta, su rosetón con figuras esotéricas, su cruz templaria, los tres olmos centenarios que la custodian en el exterior… Este lugar resulta mágico.
Son muchas las historias y leyendas que la rodean. Por ejemplo, su origen: cuentan que San Bartolomé saltó de su caballo y, desde lo alto de la montaña, lanzó su espada al grito de “Allá donde caiga mi espada, se hará mi morada”. Esta zona también ha sido uno de los itinerarios que usaban los peregrinos para enlazar con el Camino Francés del Camino de Santiago, pudiendo ser ellos (en concreto la cofradía Hijos del Maestro Santiago) quienes construyeran la ermita. Justo al lado verás la Cueva Grande, que guarda en su interior muestras de arte rupestre. Además, podrás subir a “El Balconcillo”, una “ventana” natural en la roca desde donde se obtiene una panorámica inolvidable del cañón.
Otros altos en el camino
Hay varios puntos más en la senda en los que merece la pena parar para tomar un respiro. Por ejemplo, tras pasar la Ermita de San Bartolomé, encontrarás el curioso paraje conocido como “Colmenar de los Frailes”, donde puedes ver unas viejas colmenas sobre la roca fabricadas con los troncos huecos de árboles. También conocerás el Castillo Billido: un antiguo castro celtibérico y un mirador natural desde donde observar el paisaje que te rodea. Más adelante, encontrarás varias cuevas características de este cañón, entre ellas, Cueva Negra, donde habita la más grande de las rapaces nocturnas: el búho real. A continuación, está el Pozo Perín, una muestra de lo que significó la trashumancia en este lugar hace siglos. Gracias a los recovecos que dejaba el cañón, los pastores podían refugiarse del frío junto a sus ovejas, mientras seguían la llamada Cañada del Mojón Blanco.
A mitad de camino, pasarás por el puente de Siete Ojos y a continuación seguirás aguas arriba por otras zonas como Risca Fría (perfecta para ver la silueta de las grandes aves en el cielo) o El Apretadero (donde el cañón se estrecha). Y casi llegando al final del camino, te toparás con el Chozo de los Resineros, un lugar que reconocerás por las marcas que tienen los árboles. Esto es debido a que aquí los vecinos de los pueblos contiguos extraían resina de manera artesanal.
Vida salvaje en el agua, la tierra y el aire
Puesto que durante algunas épocas del año hay tramos del río que encontrarás secos, casi toda la vida salvaje la verás en la ribera del río y en las alturas. Puedes encontrar, según la época del año y lo sigiloso que seas, corzos, nutrias, murciélagos o liebres, además de reptiles y anfibios. Si te fijas bien en los nenúfares amarillos que cubren gran parte del río, podrás ver que predominan la rana verde común y las culebras de agua.
Y si miras hacia arriba, debido a la geología del cañón, el ave más representativa de la zona es el buitre leonado. Pero además allí habitan y cazan otras rapaces como el águila real, el alimoche, el cernícalo o el halcón común. Casi toda la sombra te la darán los centenarios chopos y sauces que crecen a escasos metros del cauce del río. Además, encontrarás plantas típicas como la hierba de San Antonio, el tejo o el alfiler de pastor.