Disfrutar de calas de aguas cristalinas color turquesa en las que los veleros parecen flotar, adentrarse en cuevas escondidas, ver faros que desafían al horizonte y vivir atardeceres inolvidables. Así es la vida en la isla más grande de las Baleares, un lugar de paisajes idílicos que pasan de sierra a costa en un momento y que han sido inspiración de escritores, músicos y pintores.
Lugares con encanto
Una de las ciudades más agradables de España para pasear es Palma. Además de conocer su Catedral y su Castillo de Bellver o visitar el museo Es Baluard o la Fundación Pilar i Joan Miró, es recomendable adentrarse en sus patios, comer en restaurantes de cocinas de todo el mundo, comprar en las tiendas exclusivas del Passeig del Born o sentarse al sol en sus cafés.
Aunque apetezca quedarse ahí toda la vida, Palma solo es la puerta de entrada a una isla fascinante. El viajero encontrará pueblos encantadores como Valldemossa, en cuya cartuja se alojaron el compositor Chopin y la periodista George Sand. Muy cerca está Sóller, al que se puede llegar en tren de época. Otras opciones son Deià y los impresionantes jardines de Son Marroig, Pollença y su animado puerto o Alcúdia y sus calas vírgenes.
Desde el punto de vista cultural, también puede resultar interesante visitar el Museo Arqueológico y el Poblado talayótico de Son Fornés (en Montuïri) y hacer la Ruta Arqueológica Sencelles-Costitx, donde se pueden descubrir hasta seis yacimientos arqueológicos de todo tipo: navetas, talayots, cuevas y santuarios.
En cualquiera de estos lugares merece la pena practicar el slow food en alguno de los restaurantes con estrella Michelin, en los puertos o en las pastelerías donde venden la emblemática ensaimada. El plan se puede combinar con compras de artesanía o con relajarse tomando un cóctel en cualquiera de los exclusivos beach clubs de Mallorca.